Aquitania fue el pionero en Malleco, una zona a unos 650 kilómetros al sur de Santiago que hoy es la base de una pequeña pero contundente comunidad de algunos de los vinos con más personalidad que se producen en Chile. Aquitania tiene la ventaja de tener viñedos viejos en un lugar en donde no hubo rastros de viticultura en términos comerciales. En este caso, las parras de chardonnay ya van para las tres décadas desde que fueran plantadas en esos suelos volcánicos, sobre los faldeos de la cordillera de Nahuelbuta y dan hoy un chardonnay profundo en sabores a frutas blancas y a flores, con toques herbales y especias. Pueden quedarse un buen rato solo oliendo este vino. Y luego la boca es cremosa y tensa, con la acidez justa para subrayar los aromas frutales y la textura que tiene este blanco, esa textura que se extiende como quien esparce mantequilla sobre una tostada caliente. Un clásico.
De color amarillo brillante. Muy intenso en la nariz, sus aromas recuerdan frutos cítricos y avellanas tostadas, con notas minerales. En boca presenta fresca acidez, gran volumen y concentración. Su persistencia al final de la degustación es frutal y mineral, complementado con el sabor de la encina francesa. Gran equilibrio entre el alcohol y la acidez natural que le da frescor, persistencia y potencial de envejecimiento, algo difícil de obtener en un vino blanco chileno.
Se recomienda beber entre 10° y 12° C, marida bien con pescados grasos, carnes blancas y quesos franceses.
