Para este Anduriña, se recurre a uvas que vienen de la terraza aluvial del río Lontué, en Curicó, y cuyas parras fueron plantadas en 2008. La crianza en lías se prolonga por unos ocho meses, siempre en acero inoxidable. El vino no ve madera y es una pura expresión de la variedad (una cepa no muy plantada en Chile), con sus aromas a frutas blancas y flores, toques cítricos y una textura cremosa que envuelve la boca. La acidez juega su propio partido aquí, ofreciendo una sensación refrescante y vivaz.
Fernando Almeda tiene una larga experiencia en el mundo del vino. Fue enólogo de Torres Chile desde 1991 y en 2020 decidió darle un vuelco a su vida profesional para iniciar este proyecto que, por ahora, se enfoca en dos vinos y cinco mil botellas.